Lo de hacer un poco de todo y hacerlo todo mal enlaza de lleno con mi naturaleza de incompetente consciente. Correr arrastrando los pies, pedalear a lo dominguero y remar dando palazos al agua son hábitos profundamente antiestéticos, me doy cuenta de ello, pero no lo puedo evitar.
El maratón de Melbourne dibuja una amplia herradura a la altura de Albert Park y eso permite a los que van cruzarse con los que vienen. Fue allí donde por vez primera, en octubre de 2017, tomé conciencia de lo mal que corro. Ellos volvían y yo todavía iba, es decir, en diez kilómetros de recorrido se las habían apañado para meterme cinco de ventaja: eran tres etíopes patilargos cuyas zancadas apenas tocaban el suelo, como si la gravedad terrestre no fuera con ellos. Mucho antes de viajar a Australia, en competiciones populares en España de ciclismo y piragüismo, ya había tenido oportunidad de comprobar lo mal que monto en bici y en piragua. Eso es un pleno, tres de tres.
Dicho lo cual también os cuento que hacer las cosas mal por sistema llega a tener su punto divertido y que ayer me dio por reunir las tres disciplinas del tirón, a lo triatleta. Todo un tributo a la incompetencia consciente que algún psicólogo podría confundir con terapia de choque.
Jornada de moreno a trozos que quedará en los anales del atletismo de andar por casa.