Memorias de África

Si al final cedí y los colgué fue por agotamiento. Me harté de verlos cogiendo polvo en el trastero cuando todo el mundo sabe que los cuadros deben estar cogiendo polvo en el salón. No fue una decisión fácil, dar el paso costó lo suyo porque si hay algo en esta vida que odio más que los guisantes con jamón es el bricolaje.

El de la foto es el más grande de una colección de cinco que traje de Sudáfrica. Preside la pared de honor del comedor desde hace más de un año y… está torcido. Así es, yo le tengo manía al taladro y el taladro me tiene manía a mí. Y esa antipatía recíproca entre las herramientas y yo se hace extensiva al metro y al nivel.

Alguna vez escribí que me parecía ridículo coleccionar souvenirs porque los objetos sacados de contexto perdían su significado. Pues bien, traicioné mis principios y fui castigado por ello. Ahora un cuadro torcido preside todas mis comidas y me tortura cada vez que levanto la vista del plato. En el pecado llevo la penitencia.

Preguntar a las visitas hacia qué lado creen que está torcido el cuadro se ha convertido en uno de mis pasatiempos domésticos favoritos. Voy anotando todas las respuestas y hasta ahora puedo decir que hay división de opiniones. Solo yo sé que está inclinado un centímetro a la derecha. Alguno pensará que eso no es mucho, pero a mí ese centímetro se me clava cada día en el alma.

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