Cuando marzo mayea mayo marcea sentencia cada año el consejo de ancianos de mi pueblo reunido en asamblea. Su repertorio de refranes es interminable. Algunas veces aciertan y otras, casi siempre, no. Pero es que predecir el tiempo a la antigua usanza, o sea, tirando de refranero, reúma y vuelos de grajo, entraña todas las dificultades del mundo. Quede dicho en su defensa.
Sin embargo, lo cierto es que este mes de mayo, por pura casualidad, está marceando. Y eso significa que el viento sopla con ganas. Malas noticias para los que militamos en las filas del piragüismo y de la alopecia galopante. El Pisuerga es un río manso como pocos, de suyo baja tan plácidamente que uno a veces no llega a saber si el agua corre hacia Simancas o si ha cambiado de idea y vuelve a Santovenia. Pero en días de viento como estos su valle concentra todos los aires de Castilla, y eso lo encabrita. Y la termina pagando con los pobres piragüistas, especialmente con los menos hábiles, como yo por ejemplo. En cuanto a los vendavales y los pocos pelos qué os voy a contar que no sepáis ya: en condiciones así es materialmente imposible disimular las entradas.
A las amapolas y a los dientes de león les da igual todo esto que os he contado. Haga el tiempo que haga nunca faltan a su cita de mayo para convertirlo en el mes más rojigualda del año. Al menos en las primaveras que llevo vividas, y ya son unas cuantas, siempre se las han apañado para abrirse paso entre la alfombra de espigas ratoneras.
Esas flores de la foto son especialmente afortunadas: nacieron a la orilla del río y tienen el entretenimiento asegurado, sobre todo en días de viento como hoy. Debe ser una risa ver caerse de la piragua a un fulano mientras se intenta recolocar el flequillo.