Historia de una escalera

La escalera sobre la que escribió Buero Vallejo tenía unos cuantos personajes a su alrededor, los suficientes como para montar una obra de teatro en torno a ella. La protagonista de esta entrada en cambio está bastante menos transitada; básicamente solo la piso yo y los dos mininos que recibí en adopción. Con ese magro reparto no esperéis florituras dramáticas sino más bien lo habitual, es decir, un simple post bloguero.

Siempre estuvo ahí, en mi casa de Palermo, comunicando una planta con otra como acostumbran a hacer todas las de su especie. Ya imaginaréis que inevitablemente nos hemos estado cruzando todo este tiempo: de la cocina al dormitorio, del baño al salón…, en fin, lo normal. Y sin embargo no ha sido hasta ayer cuando me he fijado en ella por primera vez. ¿Y qué paso ayer? Pues que se acabó lo que se daba, nada de salir a correr a la calle, todo el mundo de nuevo en casita que es donde mejor se está según las autoridades. No tengo ahora los datos en la mano, pero me atrevería a decir que si en Argentina no hemos batido aún el récord mundial en la novedosa disciplina del confinamiento no debemos de andar muy lejos.

Y esa es la razón, queridos amiguitos, por la que me he visto obligado a redirigir mi incipiente y malogrado entrenamiento callejero a la escalera de casa. Atendiendo a la sugerencia de Isa, dicho sea de paso. Dieciocho peldaños que acabaré conociendo de memoria a fuerza de subirlos y bajarlos de todas las imaginables maneras posibles.

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