Chimichurri

Pasaron volando los años trabajados en el centro de Valladolid, justo frente al edificio del ayuntamiento, en pleno corazón del tapeo castellano. Solamente guardo buenos recuerdos de aquella época de planeamiento urbanístico y risas en el estudio. Y en esa felicidad del recién estrenado siglo puso su granito de arena el ambiente propio de la ciudad vieja, con sus personajes y sus bares de toda la vida. Las tortillas y torreznos del legendario Alarcón eran incompatibles con la tristeza y, por si eso no era suficiente cuando venían muy mal dadas, a cuatro pasos en cualquier dirección se podían encontrar tabernas con solera en las que terminar de ahogar las penas en riberas y casquería. Antidepresivos naturales aunque no se diga nada sobre eso en la revista Science.

Aquellas eran tascas de sota, caballo y rey. No se complicaban la vida con experimentos quiero decir, pero lo que hacían lo bordaban. Insistir en lo mismo en lugar de caer en moderneces las hizo inmunes al paso del tiempo, y prueba de ello es que todas siguen aún en pie dos décadas después. Y eso es algo de lo que no pueden presumir la mayor parte de los que se salieron del guión. Me estoy acordando ahora de un restaurante argentino que abrió en las Francesas y que fue un visto y no visto. Pampa y Tango se llamaba -no se rompieron la cabeza con el nombre-. Fue allí donde por primera vez supe del chimichurri, quizá la más argentina de todas las salsas, aunque no ha sido hasta ahora cuando de verdad he descubierto lo bien que se come en el país de Les Luthiers. Definitivamente no es un destino apto para veganos pero al que le guste la carne no creo que la vaya a encontrar mejor en ninguna otra parte del mundo.

No os llegué a contar nada sobre la paella que me sirvieron un día de veranito en Melbourne. Y si me lo callé en su momento fue probablemente porque no había nada que decir salvo, quizá, que si al fulano que la perpetró le hubieran metido en la cárcel tampoco habría pasado nada. Así es la cosa, a pesar de las vueltas de tuerca dadas la globalización está lejos de ser perfecta. Afortunadamente. Mucho mejor disfrutar cada cosa en su sitio. Parece que seguirá mereciendo la pena viajar.

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