Plaza Mafalda

85 kilos di en la báscula. 92 kilos largos con el gato en brazos. Nos hemos puesto hermosos con la cuarentena. Los dos lo veíamos venir pero no fue hasta el domingo pasado cuando la romana nos trasladó oficialmente las malas noticias. Puedo aseguraros que nunca os escribió un Gobo tan rechoncho como el de ahora.

Engordo a razón de un kilo por semana desde que soy argentino. Y ya llevo doce por aquí, así que echad cuentas. No hace falta ser un experto en hábitos saludables para ver que voy por muy mal camino. Vale que a los jugadores de poker se nos suponen todos los vicios, pero debo decir que eso rige más que nada en el sector alevín, porque los de mi quinta ya llegamos tardísimo para lo de morir jóvenes y dejar bonitos cadáveres. En fin, aprovechando que desde este lunes los señores políticos nos dejan pisar de nuevo la calle, he decidido volver a correr. Veremos si consigo desintoxicarme. El permiso es solamente nocturno eso sí, compartiendo franja horaria con la delincuencia urbana, lo que no deja de tener su lógica porque siempre será más fácil para alguien que corre salir por patas de un asalto callejero.

Todas las grandes ciudades del mundo son antipáticas y Buenos Aires no es ninguna excepción. Para encontrar un espacio verde mínimamente amplio cerca de mi casa lo tuve que buscar con candil. Pero al final lo encontré, bueno, Google Maps lo encontró por mí. Y allí estaban ya todos los locales calentando cuando llegó el extranjero que pronuncia las elles de mala manera. Plaza Mafalda se llama el punto de encuentro.

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