Avisadme cuando abran

Caminar por las calles de una ciudad con sus bares cerrados debe ser lo más parecido al infierno que existe. Todos hemos sentido alguna vez ese enorme vacío interior cuando nos echan del último bar a las tantas, así que no tener siquiera la oportunidad de entrar en el primero de la ronda ha de ser necesariamente mortal. Eso es lo que creo. Pero en fin, ojos que no ven corazón que no siente, porque aquí en Buenos Aires hoy cumplimos dos meses de encierro y salir más allá de la tienda de la esquina no entra en los planes de nadie. No se ve el final, ni siquiera el principio del final.

Soy un bebedor social, un tío incapaz de tomar una cerveza en casa y mucho menos un cubata. Y nueve semanas de arresto menor están acabando conmigo. Puede que mi hígado luzca mejor que nunca pero, ¿de qué me sirve si la sobriedad está reñida con la alegría? Fue Mafalda la que dijo «Si vivir es durar, prefiero una canción de los Beatles a un long play de los Boston Pops». Pues eso.

Alemania tiene ingenieros, Suiza relojeros y nosotros tenemos bares. Así es la cosa. España sin cañas y raciones de bravas no puede concebirse. Con lo tocado que estoy de ánimo regresar a mi país y ver mis garitos de siempre con los taburetes patas arriba terminaría de rematarme. Avisadme cuando abran.

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