Sin cerezas por Navidad

Entre Greta Thunberg y Alejandro Sanz yo debo de estar en algún punto intermedio. Quiero decir que no tengo por costumbre cruzar el Atlántico en jet privado, como el señor español, pero tampoco me pongo a hacer dedo delante de los barcos que van de América a Europa o viceversa, como la señorita sueca.

Hace ahora un año os contaba que siempre acompaño las Navidades chilenas  con cerezas: Cerezas por Navidad la titulé en un derroche de originalidad. Obviamente no hace falta ser ingeniero agrónomo para caer en la cuenta de que la fruta típica del comienzo del verano en aquel país no puede serlo en la España invernal. He vivido lo suficiente en ambos lugares como para saber cuándo madura cada cosa en cada árbol, y  sin embargo, movido un poco por la costumbre y otro poco por la curiosidad, me fui hasta una frutería, aquí en Valladolid, a ver qué podía encontrar; y encontré cerezas chilenas a veinticinco euros el kilo. Nada que ver con los mil quinientos pesitos habituales en diciembre para los parroquianos del santiaguino mercado de La Vega, pero así se las gastan en el súper de El Corte Inglés. A esos precios es posible que hayan venido en jet privado, como Alejandro Sanz, para satisfacer paladares de pudientes artistas internacionales, como el de Alejandro Sanz.

Estamos muy lejos aún de tomar conciencia sobre el suicidio colectivo al que vamos abocados, y hasta que eso suceda, hasta que nos hagamos cargo de lo cerca que estamos del final de la cuenta atrás, lo único que puede defender al planeta, o posponer su ejecución más bien, son los precios. Afortunadamente los ricos, aunque dañinos, no son demasiados, y por cada millonetis comprando cerezas a cojón de mico o volando en avión privado siempre seremos muchos más los que consumamos fruta de temporada y viajemos hacinados. Pero no me malentendáis, no pretendo decir con esto que los pobres de ahora seamos ambientalmente inocuos.

Mis abuelos sí que lo eran. O casi. En la España de la posguerra se trataba de sobrevivir y los viajes se realizaban por necesidad, no por ocio; unos viajes de mulas y carros que además terminaban dentro de la región y no al otro lado del mundo. Sobra decir que a mi pueblo no llegaban kiwis de Nueva Zelanda precisamente y que el lugar de los productos exóticos lo ocupaban los alimentos que la comarca daba. La calefacción central era el ganado doméstico con el que se compartía techo y el aire acondicionado las ventanas abiertas. Reutilizar era entonces una cuestión de pura supervivencia y no una moda. Ni los activistas ambientales más recalcitrantes de nuestro tiempo podrían competir con mis antepasados o con los vuestros.

El consumismo que envenena el siglo XXI no hace distingos entre ricos y pobres, y eso nos convierte a todos, cada uno dentro de sus posibilidades, en armas arrojadizas contra el planeta que es nuestro hogar, el único que conocemos. Ciertamente la capacidad destructiva de una gran corporación maderera no es comparable a la de un currito como tú o como yo, pero ya somos tantos miles de millones pisando la Tierra que, tristemente en este caso, podría decirse aquello de la unión y la fuerza.

La batalla entre la estupidez humana y el sentido común se seguirá librando en las próximas décadas, y aunque no pinta nada bien, yo quiero pensar que aún no está todo perdido.

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2 respuestas a Sin cerezas por Navidad

  1. Albertcossery dijo:

    Buenos dias, gran artículo, como todos los demás, espero que el 2020 puedas seguir deleitándonos con tu blog, creo que mejoras con el tiempo como los buenos vinos, felices fiestas sin cerezas !! ;))

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