Toques de queda

Ya hemos encadenado tres hasta el momento en que escribo esta entrada. Y los que vendrán. Siempre quise poder contar aquello de «Yo pasé mis años mozos corriendo delante de los grises de Franco»; eso es algo de lo que siempre presumen los progres de la generación anterior a la mía. Desgraciadamente nací demasiado tarde para poder fardar de rebelde, porque los rebeldes en tiempos de paz resultan ridículos. Sin embargo, mira por donde, después de viejo, cuando ya había perdido por completo la esperanza de poder contar batallitas a la muchachada en el bar de mi pueblo, me he visto corriendo delante de los carabineros en un país que no es el mío. Ironías de la vida.

Así están las cosas por aquí. Justo por la estación de metro en la que posa ese sujeto yo habré pasado más de cien veces. Y fijaos cómo ha quedado. Lo que empezó hace apenas una semana como una protesta estudiantil contra la subida de las tarifas del transporte ha derivado en batallas campales con el ejército tomando las calles.

Una sociedad harta de aguantar giros de tuerca ha dicho basta por las malas. Ya no es solo que cada nueva carga recaiga sobre las espaldas de los de siempre, de los más débiles, es que además esta vez han tenido que aguantar a uno de los ministros de Piñera diciendo que los currantes siempre podrían madrugar más para evitar el aumento tarifario en las líneas de metro. Esas palabras dirigidas por un político a una clase trabajadora infrarremunerada y con larguísimas jornadas laborales resultan poco menos que un insulto. No quiero destriparle a nadie la línea argumental de Joker, una película sumamente recomendable, pero yo he encontrado más de una coincidencia con el estallido social en Chile.

Los argentinos primero y los europeos del sur después aprendimos de la peor forma posible que el sistema financiero capitalista es de carácter fiduciario, es decir, que está basado en la confianza entre las partes. Cuando ese acuerdo tácito se quiebra aparecen los corralitos anunciando que todo era una quimera. De manera análoga, por más poderoso que parezca un Estado y feroces sus fuerzas de represión, en realidad para mantener el orden dependen del acatamiento de las normas por parte del rebaño, dependen por completo de su buena fe. Porque cuando las ovejas se enfurecen no hay nunca suficientes perros para volver a conducirlas al redil. Algunos se acaban de dar cuenta de ello.

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