De los Pirineos a los Andes

Marco salió desde Italia, desde los Apeninos concretamente. Aquellos sí eran viajes, a los del siglo XIX me refiero; semanas y semanas embarcado sin saber muy bien ni cómo ni exactamente adónde ibas a llegar. Ahora un vuelo entre Madrid y Santiago es un visto y no visto. Y ya estoy en Chile otra vez.

Ni las campiñas del sur de Inglaterra ni las llanuras de Castilla son Suiza precisamente, y entre unas y otras he pasado los últimos tres meses llaneando a la fuerza. Así que para evitar que me pillaran los Andes de sopetón, unos pocos días antes de dejar España, a última hora como hago todo siempre, decidí marcarme una escapada a los Pirineos. En realidad fue un viaje movido un poco por el afán deportivo y un mucho por la nostalgia; doce años hacía que no pisaba esa cordillera. Una década larga que es un suspiro para una montaña pero que es media vida útil para un montañero, si se entiende por útil el intervalo que arranca cuando uno empieza a ser joven y termina cuando deja de serlo.

La fotografía está tomada a pocos pasos del ibón de Estanés, al norte de Huesca y muy cerca ya de la frontera francesa. La piedra del primer plano luce los colores de guerra del más famoso de los senderos pirenaicos. Recuerdos del GR-11, de la Ruta Transpirenaica como la conocen sus caminantes. En el 2007 la completé y en el 2019 volví para una probadita fugaz.

No soy muy amigo de dar consejos pero si alguno todavía no conoce estas montañas ya está tardando. Vivir los Pirineos caminando desde el cabo Higuer en el Cantábrico hasta el cabo de Creus en el Mediterráneo, o viceversa, bien merece unas vacaciones.

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