Reumático Gobo

Huí de Santiago a primeros de junio con sabañones incipientes. Nunca fallan, puntuales a su cita como cada año, volvieron para anunciarme el comienzo del invierno austral. Pero esta vez no me pillaron desprevenido, ya tenía la maleta hecha, y con los primeros síntomas escapé a la soleada España; o al menos eso es lo que pude leer en los catálogos de los turoperadores chilenos, porque la realidad fue bien distinta: mi país me recibió con rayos y centellas, y toda esa pirotecnia envuelta en un vendaval de mil demonios que los de la tele llamaron ciclogénesis explosiva. De ahí salté a Inglaterra y qué os voy a contar, todo el mundo sabe lo que es esto. Y hacia Noruega las cosas no hicieron sino empeorar. Y vuelta de nuevo a Peterborough para recibir más de lo mismo: chaparrones por los cuatro costados. Por cierto, os debo un par de historias escandinavas, pero ya las escribiré desde Pucela porque allá es donde regreso dentro de nada para intentar calentarme los huesos al sol.

Leído el primer párrafo comprenderéis por qué decidí clasificar esta entrada en la categoría de Imserso. «Lo que mata es la humedad» decían siempre los de Gomaespuma, y no les faltaba razón. En fin, aunque todos mis paisanos me han jurado que ahora hace bueno en la Costa Parda, visto lo visto, no acabo de creérmelo. Os advierto que la lluvia viaja conmigo, así que si se chafa el tiempo de repente ya sabéis a quién echarle la culpa. Para hacer que caiga agua del cielo soy infinitamente más eficaz que sacar a san Isidro en procesión.

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