El poker y los mediocres

Después de tres tristes trimestres haciendo vida vegetal, en estos últimos días estaba intentando sacarme de encima la herrumbre acumulada a la orilla del mar. Y bueno, la cosa va despacio. Mi compañero de fatigas en esto de la piragua y yo llevamos diez luengos años dándole a la pala y nunca hemos conseguido quedar siquiera los penúltimos. Incluso en las épocas en las que nos lo hemos tomado más en serio todo el mundo nos adelantaba (estoy hablando de aficionaduchos como nosotros, de los machacas que se dedican a esto para que os voy a contar). Así que una de las conversaciones que mantenemos periódicamente tiene que ver con intentar contestar la pregunta ¿qué es lo que estamos haciendo mal? Dejando a un lado el que nunca pisamos un gimnasio y que estamos deseando salir del agua para ir a tomar cañas, la respuesta a esa cuestión probablemente tenga que ver con que somos de complexión tirillas y por más que nos empeñemos eso ya nunca lo vamos a poder cambiar.

Piragüeando

Fotografía: F. Estremera

Con la guitarra -otra de mis vocaciones frustradas- sucede algo parecido. Me acuerdo perfectamente del día en que llegó un alumno nuevo a la escuela municipal de música… Éramos hasta entonces un grupito de tres individuos que había avanzado penosamente a lo largo de meses a través de escalas mayores, menores y pentatónicas. Y aquel lunes apareció un mico de diez años que no levantaba más que la Stratocaster Squier que le acababan de comprar sus padres. El crío en cuestión necesitó solo tres semanas para darnos mil vueltas a los veteranos.  Ese día me volvió a quedar claro que hay oficios que no admiten mediocres.

Afortunadamente otros muchos trabajos -la mayoría, de hecho- sí que toleran mediocres; y el poker es uno de ellos. Con esto no quiero decir que en el poker no se recompense el esfuerzo y la dedicación (así lo escribí por ahí), lo que pretendo significar es que, a diferencia de lo que sucede con el piragüismo o la guitarra (por seguir con los dos ejemplos), en el poker sí que es posible sobrevivir sin un talento especial y tampoco es necesaria una disciplina fuera de lo común. Y a las pruebas me remito porque hasta la fecha he conseguido malvivir en este negocio con un cociente intelectual normalucho y una capacidad de sacrificio más que justa.

No creo que a nadie en su sano juicio se le pase por la cabeza dedicarse profesionalmente al ajedrez, verbigracia, sin tener aptitudes para ello y sin estar dispuesto a sacrificarse lo necesario -que es mucho- para conseguir estar entre los mejores y de esa manera obtener un rendimiento económico por su trabajo. Un mundo tan profesionalizado y competitivo como lo es cualquier deporte al más alto nivel no admite ni a vagos ni a ineptos. Y digo lo de «al más alto nivel» porque solo los que llegan ahí pueden aspirar a hacer de su profesión un medio de vida.

Creo que si en nuestro mundillo subsistimos jugadores mediocres es porque el poker es una de las pocas actividades -la única que yo conozca, en realidad- que congrega a profesionales y aficionados a granel. Esta particularidad aleja al poker del resto de los gremios que en el mundo son, donde la división entre profesionales y aficionados es meridiana. Creo también que a medida que el poker continúe profesionalizándose las cosas cambiarán a peor para los mediocres. Las dos cosas creo.

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