Cubalibres

Culpar a los caramelos de cubalibre que comí siendo niño de mi afición posterior por el alcohol me parece descabellado. Por aquella misma época del siglo pasado jugaba mucho al cinquillo y a la brisca en familia, y también sería injusto, creo yo, cargar a la baraja española con el muerto del poker, de mi vida actual como tahúr quiero decir. ¿Sin esos inocentes caramelos y sin aquellas entrañables partidas familiares podría ser yo ahora un respetable juez o registrador de la propiedad en lugar de un jugador licoreta? Imposible saberlo y completamente estéril especular siquiera sobre ello porque en este tipo de asuntos el culpable siempre es uno mismo. Los pasos que cuentan son los que damos, no los que podríamos haber dado. Cuando uno se hace mayor se da cuenta de eso.

En todo caso esta entrada no pretende glosar malos hábitos o tentaciones del pasado sino celebrar vicios, vicios recuperados. Después de tantos años ya los creía extinguidos y fue un sorpresón volver a encontrar caramelos de cubalibre en una tienduca de mi pueblo. Ayer me comí los primeros y debo decir que siguen estando tan riquísimos como los recordaba. No sé cómo pude vivir tanto tiempo sin ellos.

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