Poder y responsabilidad

«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad». No sé quién fue el sabio que acuñó la frase, pero yo se la leí de niño al señor Ben, el tío de Peter Parker, alias Spider-Man. Los de Marvel nunca destacaron por su brillantez y estoy casi seguro de que la regia sentencia, propia de monarcas de otro tiempo, la tomaron prestada de alguna fuente histórica que no he conseguido localizar. Ahí dejo mi sospecha por si a alguno le apetece investigar. En todo caso, y por lo que a los de mi generación respecta, esa enseñanza pertenecerá para siempre al universo del Hombre Araña. Son siete palabras que me han acompañado desde el colegio y ayer volvieron a mi mente al despertar prematuramente de la siesta. Y fue ayer, cuarenta años después de haber leído ese cómic por primera vez, cuando comprendí su significado en toda su profundidad.

Alguien aparcó en doble fila justo debajo de mi ventana y el conductor encerrado se pasó un cuarto de hora de reloj tocando el claxon. El figura del Seat León al final se dio por aludido, salió del bar y movió el coche. Después de intercambiar los insultos habituales en estos casos la paz vespertina volvió al barrio. Fui testigo de la escena desde el quinto piso, a vista de pájaro no se me escapó nada, y a cada minuto que pasaba sentía crecer el odio en mi interior, me latían las sienes y me rechinaban los dientes de tanto apretar las mandíbulas. Si hubiese podido desintegrarlos con mi mirada lo habría hecho sin dudar, les habría reducido a cenizas con mis pupilas láser y hubiera vuelto al sofá a soñar con los angelitos, tan feliz, sin el más mínimo remordimiento de conciencia.

Tuvieron suerte esos dos. La naturaleza es sabia y no me dio superpoderes, nunca me picó una araña radiactiva ni nada por el estilo. Yo habría sido el superhéroe más irresponsable de todos los tiempos.

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