Cacahuetes para las ardillas

Lo de la frutera con el cambio, aquellas advertencias de la camarera para que no me resbalara sobre el suelo mojado y me rompiera la cadera, el mal dormir, mis vacaciones en Benidorm del mes pasado… Y ahora esto. No hace falta ser Sherlock Holmes para hilvanar las evidencias.

En el Campo Grande -versión pucelana del Retiro madrileño por si lee esto alguien que no sea de Valladolid- se juntan por las mañanas gentes de malvivir, de esas que trabajan a deshora, y también señores añosos que les dan de comer a las palomas. Por lo que he podido conversar con el resto de los parroquianos yo debo ser una de las poquísimas personas reclutadas por ambos bandos al mismo tiempo.

Pero yo no les echo migas de pan a las palomas, eso se lo dejo a los viejos de capital, porque a mí esos bichos nunca me han caído bien. En realidad ni bien ni mal, debéis saber que para los terracampinos las palomas son solo alimento. Los palomares de adobe que van a ver los turistas por el norte de la provincia están ahí por algo, y no precisamente para que los japoneses tiren fotos.

Antes de que se me escandalice la audiencia quiero aclarar que los de mi comarca tenemos nuestras cosas debido a la sangre vaccea que nos gobierna: prerromanos y pelín brutos pero muy bien alimentados. Sí que nos gusta en cambio pasar el tiempo con las ardillas porque son saltarinas y simpáticas. Nadie de mi pueblo se comería jamás una ardilla.

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