La del dingo y el largarto

No es que sea yo un especialista en el juego heads up, pero a veces, sobre todo cuando las sesiones se alargan más de lo debido, uno se va quedando solo en las mesas…, y en ocasiones a esas mesas se acerca alguno a deshora con ganas de mambo…, y yo no soy de los que sabe decir que no. Y bueno, por no alargar el párrafo demasiado os lo resumiré diciendo que la media hora me costó setecientos pavos, a cojón de obispo que dirían en mi pueblo. Carísima se mire por donde se mire salió la clase. Y lo peor de todo es que, en realidad, aquello ni siquiera fue una clase porque el tipo era incluso peor que yo, o sea, que no aprendí nada de él. En fin, cosas que pasan. La desafortunada refriega no es de ayer sino de hace algún tiempo, sin embargo, como varias veces he comentado, el poder dulcificador de la memoria no rige en los asuntos del poker y por eso todos nuestros malos recuerdos se mantienen intactos por más hojas de almanaque que caigan. Si hoy he vuelto a revivir el infeliz episodio ha sido por culpa del poder evocador de las fotos, australianas en este caso, justo esas que me traje de aquel viaje por ese país y que ahora disimulan algunos de los desconchones de las paredes de mi casa en Santiago.

Bajo el sol criminal del trópico de Capricornio a mediodía lo único sensato es ponerse a cubierto. Y eso es exactamente lo que estábamos haciendo mi amigo el dingo y yo, los dos parapetados contra un muro de piedra en los arrabales de Alice Springs, aprovechando los escasísimos centímetros de sombra que este proyectaba. Él no era un dingo como los demás, había adquirido gustos urbanitas y ahora prefería la compañía de los hombres, al menos de tanto en tanto. Sin embargo, cuando después de media hora de somnolencia compartida un lagarto entró en escena paseando con toda la pachorra del mundo frente a nuestras narices, Dusty -así es como bauticé a mi perruno compadre- enseguida me demostró que no había renunciado ni a un ápice de sus instintos asesinos: mirada fija en la presa, orejas tiesas y cuerpo en tensión listo para el ataque en un instante. Nadie habría adivinado que ese animal estaba dormitando un segundo antes. Se incorporó muy lentamente con los ojos clavados en su almuerzo y comenzó a caminar hacia él.

Si hubiera tenido una casa de apuestas por allí cerca habría empeñado hasta los empastes en favor de mi compañero. Se le veía sobradísimo andando en dirección a su víctima. Como quien desfila para recoger un trofeo, mi socio, joven y en plenitud de facultades, se iba acercando con convicción al punto desde el que lanzar el ataque final. Irradiaba tal seguridad en sí mismo que ni él ni yo teníamos dudas acerca del desenlace. No obstante el lagarto pensaba diferente, bien pronto nos dimos cuenta de ello. No estaba entre sus planes el  servirle de aperitivo a nadie, y justo al sentir el aliento de su agresor en el cogote aquel desvalido reptil esprintó a tal velocidad que nos dejó boquiabiertos a los dos, a Dusty y a mí. Jamás en mi vida había visto a ningún ser vivo correr de esa manera. Detrás de él quedó una nube de polvo y un can con cara de tonto.

Al cazador frustrado le llevó un momento encajar el golpe, pero cuando finalmente se repuso volvió hacia mí buscando la sombra que poco antes compartió conmigo, la misma desde la que yo había presenciado el espectáculo. Y lo hizo al trotecillo y con gesto de «Qué susto se ha llevado, ¿eh?», «Te diste cuenta de que solo quería molestarlo, ¿no?». Aunque los dos sabíamos que eso último era mentira, yo asentí. Solidaridad entre mamíferos se le llama.

De aquella aciaga madrugada de poker mano a mano no he olvidado el malísimo sabor de boca y, al mismo tiempo, la sensación de alivio al tomar conciencia de que había hecho el ridículo en una mesa sin testigos. Y aunque no me lo dijo, estoy seguro de que el dingo agradeció profundamente que ninguno de los de su manada estuviera por allí cuando el lagarto lo dejó en evidencia. Las veces en que uno queda como un idiota lo último que apetece es tener mirones alrededor.

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2 respuestas a La del dingo y el largarto

  1. Papá Noés dijo:

    Eres muy bueno relatando, es dificil leerte sin esbozar alguna sonrisilla. Pero que te pasa en el poker macho, estan todos los jugadores en youtube vendiendo la mil maravillas tu a Guatepeor. Yo quiero un youtuber como tú, que enseñe y desaliente XD. Joder, los peces estamos tan cansados de que nos coman el tarro para vendernos cursillos que triunfarias con tu royo y CON LO QUE VIAJAS. Es cambiar una camara por otra, y perder la vergüenza, ya editaras bien si funciona.

    • josigrock dijo:

      Jajjakaj, sí, la peña siempre asocia el poker a millones de dólares. Pero lo cierto es que la mayor parte de los que estamos en esto nos tenemos que conformar con las migajas.

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