La semana pasada me acordé del Crown jugando en el casino de Viña del Mar, y hoy un póster callejero en Santiago con Atacama de fondo me ha traído a las mientes el desierto rojo australiano. Extrañas conexiones viajeras.
Yo no los llamaría principios, más bien son una especie de herramientas que llevo siempre muy cerca y me ayudan a gobernarme en el mundo exterior. El primero de esos útiles tiene forma de cizalla y lo utilizo para zafarme de cualquier forma de turismo organizado que se cruza en mi camino. El segundo artefacto en cambio no viaja conmigo en la mochila sino en mi cerebro, es algo así como un chip injertado hace ya mucho tiempo con la fabulosa capacidad de generar mentiras aleatorias que salen por mi boca con total naturalidad cuando alguien me pregunta a qué me dedico. ¿Qué sentido tendría decir la verdad a gente con la que te vas a cruzar una vez en la vida si eso te va a costar una tonelada de explicaciones y el consiguiente despilfarro de saliva? Si en alguna ocasión alguien me ha escuchado decir que soy jugador de poker es porque en mi mente estaba volverlo a ver de nuevo, de lo contrario le hubiera mentido. En todo este tiempo he sido diseñador gráfico, profesor de instituto, empleado de banca, administrativo…, y así podría seguir hasta llenar esta entrada de profesiones grises por las que los eventuales interlocutores no sienten el más mínimo interés. De esta forma me ahorro el aluvión de preguntas que siempre sigue al «Pues yo me gano la vida con las cartas». Así es como funciona el chip prodigioso.
Sin embargo, por alguna razón que aún hoy se me escapa todo falló en el interior de Australia. Y mira que lo he dado vueltas. No lo sé, a lo mejor fue por culpa del calor, pero lo cierto es que allí terminé envuelto en un tour con turistas en sandalias y calcetines y, por si esto fuera ya poco castigo, además confesé mi verdadero oficio a las primeras de cambio. Vaya, lo que se dice un completo desastre. Quizá por el sensacionalista cine de Hollywood al professional poker player se le asocia automáticamente con enormes fajos de billetes. Y a esa misma conclusión llegó la concurrencia ante la que me sinceré recién llegado a Ayers Rock.
A pesar de deshacerme en explicaciones no hubo manera de hacerles ver que no todos los de mi gremio estábamos montados en el dólar, que también había jugadores pobres. Solamente al caer la noche, cuando uno a uno se fueron retirando a descansar a sus lujosos bungalows mientras Gobo se acurrucaba en el humilde swag junto al fuego para dormir con los dingos a la intemperie, los guiris comprendieron que el extraño fraggle que acababan de conocer no les había engañado, que efectivamente existían tahúres sin dinero recorriendo el mundo.
De esa forma comenzó mi viaje a través del desierto rojo, el hogar de algunos de los paisajes más impresionantes de todo el planeta. No es lo suficientemente árido para ser considerado un desierto desde el punto de vista geográfico -nada que ver con Atacama, por ejemplo-, y lo cierto es que sus espectaculares y cambiantes tonalidades rojizas no son más que óxido de hierro. Pero tecnicismos aparte es sin duda un lugar espectacular a todas las horas del día. Y de la noche. Podéis creerme.
Cuando estéis por allí preguntad por Leroy Lester, decidle que vais de mi parte. Es el hombre más sabio que he conocido en mi vida y él os explicará mejor que nadie qué se esconde detrás de esos escenarios colorados. A su experiencia como ranger y guía en la Australia de los blancos, Leroy suma un conocimiento descomunal del territorio en el que sus antepasados han vivido durante milenios. Y además sabe la manera de transmitirlo a los que somos completamente ignorantes. Con él aprenderéis cómo los aborígenes australianos emplearon el fuego para construir los paisajes que han llegado hasta nosotros. El fuego para defenderse del fuego y pajarillos como el pinzón cebra para llegar hasta el preciado agua. Lagartos dormidos y el sabor de su carne, plantas y animales tan venenosos como para matarte de un vistazo. Mil historias que entretienen a los que se acercan hasta él pero que para su pueblo son mucho más que eso: todas juntas forman un enciclopédico kit de supervivencia imprescindible en una tierra tan dura que castiga con la muerte cualquier paso en falso.