Pensamiento mágico

Según he podido averiguar es una manera muy particular que tienen los niños de darle al coco: a falta de madurez mental el recurso a la fantasía les permite dotar de sentido a su mundo. La construcción de realidades paralelas en las que tienen cabida desde un amigo imaginario hasta el Ratoncito Pérez define una etapa del desarrollo que se supera a partir de los siete años. Teóricamente. Yo rebaso con holgura esa edad y si estoy escribiendo sobre ello alguno ya habrá deducido que algo dentro de mi cabeza no funciona como es debido. La deducción es correcta.

Poner en tela de juicio las relaciones de causa y efecto dictadas por la ciencia y el sentido común es algo preocupante en cualquier adulto, pero si el adulto en cuestión se gana la vida jugando al poker la cosa empeora por el riesgo de ruina inminente. Me lo voy a decir a mí en voz alta por si pudiera serle de utilidad también a alguno de mis compañeros de profesión: «Pedirle al dealer, virtual o de carne y hueso, que tire tu carta para evitar el riverazo no vale de nada; los rituales religiosos, amuletos o cualquier otro tipo de superstición tampoco funcionan». Si algo de todo eso sirviera yo ya me habría hecho rico y no estaría malviviendo del poker, podéis creerme.

El primer paso para solucionar un problema es reconocer su existencia. Yo ya lo he dado. Desafortunadamente no hay pastillas para curar esto pero en mi próxima visita a Buenos Aires, capital mundial del psicoanálisis, tengo previsto abordar el asunto.

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