A estas alturas de la historia se sujeta como puede, cosido por andamios y grúas, pero ya quisieran muchas de las edificaciones actuales llegar a sus casi dos mil quinientos años de edad todavía en pie. Se construyó a conciencia y, por aquello de que el que tuvo retuvo, ni siquiera el paso del tiempo ha podido con él.
Los griegos lo parieron allá por el siglo V antes de Cristo, y fueron ellos también los encargados de cuidarlo en sus primeros años de vida. Lamentablemente otras civilizaciones bastante menos civilizadas llegarían después, entre ellas moros y cristianos, y todo cambió a peor. Al abandono inicial le siguió el obligado adiós a la diosa Atenea, y todo para convertirse en iglesia primero y en mezquita después. Corriendo el tiempo hasta de polvorín tuvo que hacer. Ya a principios del siglo XIX los ingleses, muy en su línea, se dejaron caer por allí para rapiñar los restos.
En su época de esplendor el Partenón maravilló a todo el que pasó por allí, y especialmente a los romanos, que nunca ocultaron su admiración por todo lo griego. En la semana que estuve allá eso aprendí: los griegos siempre fueron mucho más clásicos que los romanos.