Me cayó mal desde el principio pero como los desayunos eran decentes, además de baratos, seguí yendo por allí casi todas las mañanas. Probablemente yo a ella tampoco le hice mucha gracia. Creo haber escrito más de una vez que en Valladolid no derrochamos simpatía, y eso dificulta bastante el día a día entre desconocidos. Este es un claro ejemplo.
Poniendo mucho de mi parte, casi llegué a acostumbrarme a su careto de vinagre y a su look poligonero del otro lado de la vía, y también a su maldita manía de tratarme de usted sistemáticamente, sin embargo con lo de hoy ya no he podido: Tenga cuidado no se vaya a caer. Eso me dijo. Cuando uno está pasando el mocho siempre se ha empleado el clásico No me pises lo fregao, pero no, ella prefirió dejarme claro que no me veía como a un anciano sin más, sino como a un anciano con problemas de movilidad.
Hacerse viejo es obviamente inevitable y ante eso solo caben dos actitudes: llevarlo bien o llevarlo mal. El grupo al que pertenezco yo ya sabéis cuál es, y aunque reconozco que la actitud contraria sería la inteligente simplemente no es la mía. Qué puedo decir, me sabe fatal envejecer, y lo último que necesito es a una camarera chunga recordándomelo todos los días. Puede que el roce haga el cariño en otros lugares, pero eso no pasa en esta ciudad. Ya no vuelvo más por allí.