Si Teruel capital no existe, ya os podéis imaginar que lo de puertas para afuera mucho menos. A estas alturas de la civilización, cuando lo urbano es la norma, los rurales somos poco menos que especímenes en peligro de extinción. Y en ninguna parte eso es tan cierto como en la provincia de Teruel.
No me voy a poner a discutir ahora sobre planificación territorial -en este blog no se habla ni de política ni de poker, ya lo sabéis-, solo quería dejar escrito aquí que es una de las provincias borradas del mapa más bonitas de España, al menos de la España por mí recorrida. La he empezado a descubrir hace cuatro días como quien dice, y en este último viaje le tocó el turno a la comarca de Matarraña: casonas centenarias y olivos centenarios por los cuatro costados, una preciosidad.
El Mediterráneo actúa como un imán en otoño para la gente de edad como yo, y desde esa parte de Teruel, ya muy cerca de Castellón, el mar casi se puede oler. Está lo suficientemente cerca de Peñíscola como para hacer obligatoria la visita a su castillo. Y más cerca aún de Benicarló, que para mí siempre será un pedacito de Malta en la península ibérica. No pude resistir la tentación de volver.
Que bien que vinieras a vernos por Benicarló. Además solo con el arroz que te metiste para dentro creo que ya te valió la pena acercarte 😉
¡Pues sí señor! Muy merecida tenéis la fama.