Nos entreteníamos intentando adivinar la nacionalidad de los fulanos con los que nos cruzábamos. Era un pasatiempo al que mi socio Raúl y yo dedicábamos horas en nuestros paseos desde casa al Dragonara o al garito en el que jugábamos al billar. Y Malta demostró ser un campo de pruebas ideal para esa labor porque allí se juntaban gentes de todas partes. Fuimos aprendiendo.
Finalmente llegamos a la conclusión de que españoles e italianos éramos primos hermanos, indistinguibles a simple vista por más que uno se esforzara. Bastante más elegantes ellos que nosotros si de vestir hablamos, eso sí, pero de caretos cortados con idéntico patrón. Por extensión también nos quedó claro que todos los habitantes de la cuenca del Mediterráneo, europeos del sur y africanos del norte, nos tirábamos un aire.
Los años que han venido después no han hecho más que confirmar esa primera hipótesis de trabajo: visitado Marruecos y recorrida Noruega, estoy en condiciones de asegurar que me resultó mucho más fácil pasar desapercibido en Marrakech que en Oslo; a ello obviamente contribuyó el monoteísmo impreso de serie en mis genes y mi cara moruna. Entre los escandinavos, en cambio, bárbaros adoradores de un montón de dioses y además altos, rubios y guapos, iba dando el cante por todas partes.
Sin embargo, si alguien me preguntara hoy, a 16 de marzo de 2021, qué es ser español, qué es lo que mejor nos define como pueblo, yo le respondería que es la manera de hablar, la manera de hablar inglés concretamente. Si la conversación entre hispanohablantes discurre en castellano podría tener mis dudas a la hora de atribuir nacionalidades, pero si hay por ahí un español chapurreando en la lengua de Shakespeare lo cazaría al vuelo, en cuestión de segundos. Modestia aparte.
El oído que nunca tuve para la música lo recibí en cambio para pillar acentos, especialmente los de mis compatriotas. Así que podéis creerme si os digo que hablar inglés como el puto culo es algo en lo que nadie nos supera, y que lo hacemos con un estilo tan propio que lo hemos convertido en marca de la casa. Yo soy muy español en ese sentido.
Jajajajajjajaj
Además en la mesa de poker del Dragonara un español o italiano jovencito siempre acojonaba más que un maltés de sesenta y tantos 😄
Jakjakj, aquellos maravillosos años -aunque solo fueran meses-.