De La Boca a Palermo

Buenos Aires es lo suficientemente grande como para obligarte a elegir si no vas a pasar en ella muchos días. Y yo no me rompí la cabeza, aposté por los clásicos y seguí al rebaño guiri. Eso es algo que me pasa más veces de lo que me gustaría pero supongo que es inevitable si eres un vago. Sin embargo en esta ocasión no me fui con remordimientos porque sabía que volvería a ella más pronto que tarde. Las ciudades, igual que las personas, a veces te dicen algo y otras no. Y Buenos Aires es definitivamente de las ciudades que tienen mucho que decir, y por eso sé que regresaré algún día, y entonces cumpliré con todo lo que me insinuó.

El recorrido fotográfico arranca con Jorge Mario Bergoglio saludando al personal desde, probablemente, la esquinita porteña más conocida de todas. Es increíble lo rápido que su santidad ha ido ascendiendo peldaños en el ranking de la fama. A juzgar por los murales y pintadas que vi en la ciudad yo diría que ya se codea con Carlos Gardel y Evita Perón, e incluso con Diego Armando Maradona. Y bueno, puestos a elegir una cancha porteña de la que llevarme un recuerdo, me quedé justamente con la que el crack argentino elegió para colgar las botas: con todos ustedes la Bombonera abajo a la derecha. Que nadie se ofenda por ello.

Sin salir del barrio de La Boca ahí van otro par de imágenes. Explicar por qué hace más de un siglo este peculiar trozo de Buenos Aires quiso ser independiente convertiría esta entrada en kilométrica. Y también daría para un rato largo hablar de la razón de sus coloridas calles. Sobre ambas cuestiones podréis encontrar algunas pistas si seguís las huellas del pintor Benito Quinquela Martín.

La primera de las cinco en vertical que siguen es obligatoria por todo lo que representa, para lo bueno y para lo malo, en la historia argentina; ¿quién no ha oído hablar de la Casa Rosada? El edificio de la segunda foto quizá no sea tan famoso pero su visita es muy recomendable para aquellos con inquietudes literarias, masónicas y religiosas, además de arquitectónicas, por supuesto: es el imponente Palacio Barolo del italiano Mario Palanti, todo un símbolo del esplendor urbano en los años veinte del siglo pasado. Y precisamente desde lo alto de ese edificio está tomada la tercera fotografía, con las mejores vistas posibles del centro de la ciudad y, en particular, del Congreso de la Nación Argentina. La cuarta y la quinta son, respectivamente, para la Torre Monumental y para el archiconocido Obelisco de la avenida 9 de julio.

Por cierto, si queréis llegar al Palacio Barolo con la mejor ambientación previa posible os recomiendo que os apeéis del Subte en la estación Perú, de esa manera tendréis una imagen más cabal de lo que fueron aquellos gloriosos años de comienzos del siglo XX, cuando la capital argentina nadaba en plata y era reconocida en todos los continentes como una de las grandes metrópolis del mundo.

La festiva calle Defensa desemboca en la fundacional y casi siempre crispada plaza de Mayo, y con esas dos imágenes me despido. Buenos Aires resulta ser una ciudad de contrastes cuando uno la mira bien. Es en esa plaza central, en el corazón de la capital, donde las muy a su pesar famosas madres se siguen reuniendo cada jueves. Reclaman justicia para las decenas de miles de desaparecidos y asesinados por la dictadura más sanguinaria de la historia del país, una dictadura militar que desde 1976 a 1983 hizo del terrorismo de Estado una forma de gobierno.

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