Cuando la infancia de uno es apadrinada por dos agentes de la TIA tan desastrosos como Mortadelo y Filemón, resulta muy conveniente buscar un contrapunto sensato en otra parte. Y yo lo encontré al otro lado del charco, en Mafalda, ella fue mi madrina.
Con el helado ya en el buche lo siguiente fue enfilar Defensa hasta el cruce con la calle Chile. Había hecho los deberes antes de venir a Buenos Aires y sabía dónde podía encontrarla, y en cuanto comencé a pisar el adoquinado de las callecitas del barrio de San Telmo supe que iba por el buen camino. Sin darme cuenta empezaron a desfilar todas esas viñetas que llevaban décadas grabadas en mi cabeza, viñetas dibujadas precisamente sobre ese mismo fondo urbano.
Ya era tarde y el almacén de don Manolo estaba cerrado. «No importa, ya tendré oportunidad de conocerlo mañana», pensé. Por si alguien no sabe de quién estoy hablando le diré que don Manuel Goreiro es un inmigrante español afincado en Buenos Aires y dueño de la tienda más famosa del barrio, un auténtico gallego emprendedor. Lamentablemente no pude ver al padre pero una vecina me dijo dónde podía encontrar al hijo, a Manolito.
Y efectivamente allí estaba, a una distancia prudencial de Susanita y al lado de su inseparable Mafalda.