Fucking Russians everywhere hubiera sido un buen título alternativo pero al final decidí no escribir ninguna palabrota porque de vez en cuando esto se lo lee la familia. Y además, habiendo nacido en la Castilla profunda, ceñirme al castellano es casi una obligación genética.
Fue precisamente a un pueblo de esa Castilla rancia, al mío concretamente, adonde llegó el primer búlgaro hace ya muchos años. Para no rompernos la cabeza con el sinfín de consonantes que traía en su pasaporte acordamos llamarlo Stoichkov, un apellido muy familiar en la década de los noventa para cualquier aficionado al fútbol. Después llegarían en oleadas cientos de sus compatriotas, tantos eran que agotaron las existencias de nombres famosos.
Con los rusos en las mesas de poker ha sucedido algo similar. Cuando yo empezaba en esto siempre me encontraba con un ruso -uno y solo uno- al que apodaba cariñosamente Nikita. Pero ahora mismo ya no daría abasto buscando apelativos porque los tapetes virtuales han sido completamente invadidos por los hijos de lo que alguna vez fue la Unión Soviética: ucranianos, bielorrusos, moldavos, letones, lituanos y un largo etcétera. Y quiero aprovechar esta entrada para traer por aquí una reflexión de Manuel Alcántara sobre las cosas de la extranjería. Hace algunos años mi columnista favorito venía a decir en El Norte de Castilla que la capacidad de acogida de cualquier sociedad es inversamente proporcional al contingente de migrantes recibido. Quizá no sea políticamente correcto escribirlo pero no por ello deja de resultar algo obvio. Y ahora que lo pienso debe ser por eso por lo que yo estaba antes mucho más agusto compartiendo mi pecera con un solo tiburón ruso. Últimamente en cambio son legión los que me disputan las cada vez más escasas sardinas.
En fin, yo nunca he visitado Rusia pero en Malta tuve oportunidad de conocer a muchos huidos de aquel país tan frío para calentarse los huesos en el Mediterráneo. Algunos eran compañeros de profesión y otros no, y de todos ellos sin excepción guardo muy buen recuerdo. Gente que va por ahí dando tres besos al personal para saludar muy mala no puede ser. Bueno, el de la foto sí, ese sí que es peña chunga. Supongo que porque toda regla necesita su excepción para ser confirmada.
El problema es que son muy buenos al poker y están copando las mesas. Por lo bien que juegan se diría que el más popular de los juegos de cartas gringos es una asignatura troncal en las escuelas exsoviéticas. Y además no todos son de carne y hueso. Los bots son tan antiguos como el poker online, eso no es nuevo, pero el nivel de perfeccionamiento al que están llegando en los últimos tiempos los hace cada vez más difíciles de batir. Y eso sí que es nuevo. No sé si os había dicho que los rusos son también unos fenómenos en el campo de la informática. Fucking Russians.