Hasta Tierra del Fuego llegué en avión y salí en barco. Con aire acondicionado, sin pasar ni frío ni calor. Como un señor.
Más o menos por donde cruza el ferry de la fotografía, el mismo en el que yo embarqué, Hernando de Magallanes pasó quinientos años antes. Hoy ese estrecho lleva su nombre. El marino portugués, ignorado por su rey, expuso su audaz proyecto a un jovencísimo Carlos I que no supo decirle que no. Una flota de cinco naves y en torno a doscientos cincuenta tripulantes -la cifra varía según la fuente que se consulte- estuvo lista para zarpar de Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de 1519. Tres años después solamente la Victoria, capitaneada entonces por Juan Sebastián Elcano, conseguiría regresar al puerto de partida y completar así la primera vuelta al mundo. Esa circunnavegación pionera estuvo plagada de contratiempos: no faltaron los temporales, los naufragios, las batallas con los indígenas, el hambre, la sed y el escorbuto. Y como todos sabemos por las películas de Hollywood, cuando las cosas se ponen así de feas los motines no tardan mucho en aparecer. En fin, que aquellos marineros no se libraron de ni una sola de las calamidades que se daban cita en altamar en esa gloriosa época de los descubrimientos. Entonces viajar sí era sinónimo de aventura, aunque claro, para poder contarlo debías estar entre los genéticamente privilegiados. Echando un vistazo a la relación de navegantes supervivientes que descansa sobre los azulejos sanluqueños podréis comprobar, si hacéis una cuenta rápida, que la tasa de supervivencia en aquella expedición no alcanzó siquiera el diez por ciento. El propio Magallanes se quedó por el camino.
Quizá por lo que había leído sobre ella, Ushuaia era en mi mente un poblado de colonos barbudos en sus casitas de madera, de cazadores y presidiarios perdidos por sus bosques. Sin embargo al llegar allí y enfilar la calle principal me di de bruces con un Hard Rock Cafe y con cincuenta chinos bajando de un bus, todos en fila india siguiendo a una señorita con paraguas. Ya veis que en el siglo XXI blogs de viajes los escribe cualquiera, no hace falta ser ningún superdotado aventurero para sobrevivir. Sencillamente porque las aventuras murieron hace ya mucho tiempo.
Las fotografías son lo que nos queda
En Ushuaia, a 23 de marzo de 2018