Es probable que todos los abrieran pero, una vez más, no es posible afirmarlo con certeza porque sobre esta cuestión puedes escuchar una cosa y la contraria dependiendo de cuál sea tu experto de cabecera en la materia. Y si no eres fan de ninguno en particular, como yo, la cosa se complica todavía más porque las teorías que desarrollan los distintos especialistas parecen verosímiles sin excepción y todas te convencen. Dicho lo cual ya podéis mentalizaros para tomar con pinzas lo que sigue.
Puede pasar desapercibido en un primer vistazo pero en cuanto se posa la mirada por unos instantes sobre la fotografía enseguida aparece una silueta reconocible. El moái ya estaba ahí, dentro del fuego convertido en piedra muchos miles de años atrás, lo único que hicieron sus escultores fue liberarlo, extraerlo de un cono volcánico en el noreste de la isla bautizado como Rano Raraku por los nativos.
Una vez libres ya sabemos, porque el abuelo rapanui nos lo contó, que caminaban pasito a pasito hasta su lugar de destino. Y por si la odisea de cada moái no fuera ya bastante complicada, por si no fuese suficientemente penoso mover un cuerpo de ese tonelaje en aquellos andurriales, además tenían que hacerlo a ciegas. Solo cuando llegaban a sus plataformas ceremoniales, los ahu, abrían los ojos, unos ojos de coral y obsidiana, almendrados e hipnóticos. A partir de ese momento derramaban su mana sobre sus descendientes. Es por eso por lo que la inmensa mayoría de los moáis miran al interior de la isla, justo hacia los lugares donde se encontraban las aldeas cuya protección se les había encomendado.
Los hombres, sus piedras mágicas y sus casas de piedra. Te Pito Kura y Orongo
Y solo unos pocos dirigen su mirada de coral hacia mar, oteando el horizonte en dirección a la tierra de la que vinieron sus padres
Son muchos moáis los que pueblan Isla de Pascua, cerca de un millar dicen algunos, y la mayor parte se encuentran en la cantera de Rano Raraku. Los que consiguieron llegar a su destino, los ahu, son casi trescientos, y el resto se dispersan por la isla; quizá equivocaron su camino y agotados de dar vueltas se tumbaron a descansar donde el mana les dio a entender.
El paso de los siglos fue borrando sus rostros, las guerras tribales los derribaron y les despojaron de sus penetrantes ojos, algunos además fueron secuestrados por el codicioso hombre blanco y llevados muy lejos de su tierra natal. Todo este maltrato no ha conseguido impedir sin embargo que el misterioso perfil de los moáis forme parte del imaginario colectivo, y hasta pueden presumir de icono propio en Whatsapp. Si alguno tiene hijos o sobrinos, o si lee esto directamente uno de esos hijos o sobrinos, seguro que enseguida relaciona Isla de Pascua con la casa del sufrido compañero de curro de Bob Esponja, el señor Calamardo. Hasta el fondo del mar ha llegado su leyenda.
Esta entrada termina con un punto y seguido. La historia sobre Rapa Nui que os tenía que contar está incompleta, falta un último capítulo y espero poder escribirlo cuando me reúna con uno de los moáis miserablemente deportados a los que me refería antes. Ahora mismo nos separan más de diez mil kilómetros pero lo encontraré.