Tenía pensado enrollarme un poco más con la intro de este viaje pero al final me ha pillado el toro y aquí estoy ahora, todo estresado, con una mano en el teclado y la otra ocupada doblando calcetines para meterlos en la mochila. Son casi las doce de la noche en Santiago y dentro de un par de horas salgo pitando hacia al aeropuerto, así que voy a tener que ser más telegráfico de lo habitual, y ya es decir, si no quiero quedarme en tierra.
Cada vez que me han preguntado he respondido que viajar no tiene por qué ser caro. También lo he dejado escrito en este blog unas cuantas veces, y si lo he dicho y lo he redactado en tinta virtual para los restos es porque pienso que es cierto siempre y cuando no se confunda viajar con hacer turismo. Ir adonde todas las agencias te dicen que vayas y hacerlo de la manera en que lo hace todo el mundo es una mala idea, además de nada barata. Cualquier viajero que se precie sabe eso, y sabe también que el mundo visto desde los ojos de los tour operators es tan falso como un decorado de Hollywood. No merece la pena.
Pero en el medio del Pacífico hay una isla que siempre quise conocer y un maratón al que me apetecía desafiar, y por eso he tenido que tragarme, una vez más, mis principios de quita y pon. Ya lo véis, un día digo que correr es de cobardes y que despilfarrar para conocer nuestro planeta es innecesario, y al siguiente me inscribo en una carrera que sale por un pico en uno de los destinos más caros de esta parte del globo. Ese soy yo. Si alguna vez os habíais preguntado por qué hay cosas que cuestan barbaridades esta es la respuesta: porque hay memos dispuestos a pagar por ellas. Yo siempre lo había visto desde la barrera, verlo ahora desde el lado de los memos es una experiencia nueva. Entiéndase por memo al tipo que gasta más de lo que puede permitirse por querer hacer lo que alguien le ha dicho que está de moda. Obviamente los millonetis juegan en otra liga, esos son libres de malgastar para ir a la última, yo estaba hablando de la gris clase media.
En mi defensa de memo debo decir que los cinco días más caros de mi vida no tienen nada que ver con intentar ser trendy, no soy tan memo, es solo que, aunque he aprendido a vivir con la pena de tener que morirme sin conocer mil lugares, Isla de Pascua es un trozo de tierra en el mar al que no estaba dispuesto a renunciar.