Malditas tildes

tildesEl tipo que inventó el inglés sabía lo que se hacía. Sabía que lo que triunfa en este mundo son las cosas sencillas y sin duda por eso optó por una gramática simplona, pasando del subjuntivo, y por una ortografía aún más elemental, sin tildes ni rollos raros.

Desgraciadamente el castellano es bastante menos amigable y suele pelearse con todos aquellos que intentamos escribir correctamente cada palabra para después colocarla en su lugar. Y no estoy hablando de crear literatura, no apunto tan alto, se trata únicamente de no hacer sentir vergüenza ajena a los familiares y amigos fieles a malviviendodelpoker. También me gustaría poder releer estas entradas algún día sin sonrojarme. Por eso, al mismo tiempo que me hice bloguero me convertí en asiduo de la Fundéu (Fundación del Español Urgente) y del DPD (Diccionario panhispánico de dudas). Muy recomendables ambas fuentes para cualquiera que le tenga cariño a la lengua de Cervantes.

Y todo esto viene a cuenta de la palabra «solo». Aún tengo la costumbre de acentuarlo sistemáticamente cuando funciona como adverbio pero por lo visto parece que no es lo más adecuado. Otro tanto me sucedía con los pronombres demostrativos, aunque en este caso la inercia de tildarlos murió en el último de mis años de oficinista. Por aquí os dejo un fragmento del artículo explicativo de la RAE a propósito de este asunto:

«La palabra solo, tanto cuando es adverbio y equivale a solamente (Solo llevaba un par de monedas en el bolsillo) como cuando es adjetivo (No me gusta estar solo), así como los demostrativos este, ese y aquel, con sus femeninos y plurales, funcionen como pronombres (Este es tonto; Quiero aquella) o como determinantes (aquellos tipos, la chica esa), no deben llevar tilde según las reglas generales de acentuación, bien por tratarse de palabras bisílabas llanas terminadas en vocal o en -s, bien, en el caso de aquel, por ser aguda y acabar en consonante distinta de n o s.

Aun así, las reglas ortográficas anteriores prescribían el uso de tilde diacrítica en el adverbio solo y los pronombres demostrativos para distinguirlos, respectivamente, del adjetivo solo y de los determinantes demostrativos, cuando en un mismo enunciado eran posibles ambas interpretaciones y podían producirse casos de ambigüedad […]

Sin embargo, ese empleo tradicional de la tilde en el adverbio solo y los pronombres demostrativos no cumple el requisito fundamental que justifica el uso de la tilde diacrítica, que es el de oponer palabras tónicas o acentuadas a palabras átonas o inacentuadas formalmente idénticas, ya que tanto solo como los demostrativos son siempre palabras tónicas en cualquiera de sus funciones. Por eso, a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de ambigüedad. La recomendación general es, pues, la de no tildar nunca estas palabras. […]»

Esos tres párrafos de arriba los descubrí ayer y despejaron todas las dudas. Pero una semana antes, ya con la mosca detrás de la oreja, me había lanzado a la caza y captura de las tildes invasoras goma de borrar en ristre. Y os puedo asegurar que en la plataforma de WordPress que yo utilizo, la de los torpes, la que no admite plugins para automatizar tareas machaconas, esta labor es sumamente tediosa. Pues bien, en esas estaba, casi terminando el engorroso trabajo, cuando me topé con estas dos citas en el blog:

A su edad no son tan fotogénicos. No lucen posando con bata de laboratorio en Oslo, con gorro de cocinero en Berlín, con camiseta de baloncesto en Nueva York. Ni siquiera valen para la foto en EPS o XLSemanal de camarero guapo y veinteañero que friega platos, sólo de momento, en un local de moda de Londres o Nueva York

Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

El primer párrafo es de Pérez-Reverte, un señor que ocupa el sillón «T» en la Real Academia Española, y el segundo todo el mundo lo conoce porque así es como empieza Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura en 1956. No estamos hablando de periodistas del Marca, son tipos que han demostrado un conocimiento profundo del español, así que pensé ¿qué hago yo quitando tildes cuando los literatos las adoran? Y otra vez a desandar el camino, otra vez a reponer acentos. Hasta ayer, cuando descubrí, como os decía, el artículo de la RAE relativo a esta cuestión. Y la RAE manda más que nadie.

En fin, aquí estoy ahora, borrando tildes un miércoles por la mañana.

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