Las ciudades bien tienen hipódromo, por lo menos en Inglaterra, y supongo que allí se congregará la alta sociedad para tratar sus cosas de ricos. Aquí, en Peterborough, somos todos de baja estofa y con las carreras de galgos vamos sobrados. Este viernes fue la primera vez para mí, nunca antes había ido a un sitio de esos; y allí estuvimos haciendo lo propio: zampar comida basura, beber cerveza y apostar como pollos sin cabeza.
Aunque llevo ya tiempo viviendo aquí, esta peña todavía continúa sorprendiéndome. No he conocido otro país tan combativo contra el maltrato animal como este, y sin embargo nadie parece escandalizarse porque se esclavice a los pobres perros con tal de tener algo más sobre lo que apostar. Tristemente, mientras en España sigamos torturando y matando toros, y encima tengamos la desvergüenza de llamar arte a esa carnicería, yo no tendré ninguna autoridad moral para decirle a un inglés lo que pienso de los canódromos, pero bueno, al menos quería dejarlo escrito por aquí.
La doble moral no es patrimonio británico, en realidad tengo la impresión de que es una gran pandemia, pero es que aquí me encuentro cada cosa… Durante la cena en el restaurante del canódromo un amigo me planteó una duda pokeril y por miedo a contestar a pelo y meter la pata me dije «Gobo, mejor es que tires de WiFi, pasas por EducaPoker, te documentas un poco y así vas a quedar como Dios con tu respuesta». Y, ¡zasca!, toma pantallazo.
No me digas que no es de traca, Peterborugh Greyhound Stadium, un negocio que moverá millones de libras cada año en apuestas perrunas, me bloquea el acceso a una web de poker por considerar que el gambling es pecado.